15 may 2018

BarceloNina #67. El uso de la palabra sensual no es nada sensual

Disfruto dejándome llevar por los pensamientos que me sitúan con él en unas semanas. Me imagino tomando una cerveza en el porche de su casa al atardecer, y yo apoyando mi pie descalzo en su silla, con el pretexto de buscar un punto de apoyo más cómodo. Él me hace una broma sobre la cantidad de picaduras de mosquito en mi pie. Con la excusa, ya se está apoyando en mi empeine, pero la inocencia se acaba de diluir cuando arrastra la palma de su mano empeine arriba sin poder evitarlo, y la espinilla se convierte de pronto en el punto de inflexión entre la simpatía entre dos amigos y la excitación entre dos nuevos amantes. 

Damos un sorbo a nuestros respectivos vasos de cerveza local, como para tragarnos el pudor de la duda. Aquí no ha pasado nada todavía, pero ya ha pasado todo lo que tenía que pasar para que pase. Como si yo no quisiera darlo ya por hecho, biocoteo la escena y me levanto a por otra cerveza de su nevera, que será nuestra durante una semana. Es una familiaridad con fecha de caducidad, un jugueteo libre en el que nos dejamos llevar al completo sin pensar que el otro nos tomará por demasiado cualquier cosa. Vivimos en países distintos y cualquier tipo de futuro sería insostenible. La situación no nos obliga a nada y eso nos permite todo. En un descuido deliberado evito recoger mi champú de su ducha. Sé que le hará sonreír. Y a mí también pensarlo.

24 feb 2018

BarceloNina #66. Volver sin regresar

Yo te vi regresar de un sitio del que no tenías que volver, en un momento en el que no te tocaba viajar, en una situación que no merecías afrontar. 

Nunca sabrás que lo sé, que sentí tu pena y que sufrí por no formar parte de ella, ni tampoco de tus idas y venidas. Entendí -a base de suponer tras suponer- que no formaba parte de nada tuyo ya. Así de claro es el silencio. Cuando en cierto momento no tuviste alternativa (o al menos una alternativa compatible con tu correctísima educación), me contaste tus viajes, pero sólo de forma superficial. Evitando cualquier señal de cariño, evitando que se activara nuestra conexión para que no colisionara con tu conciencia. Tu cara indescifrable, tu tono de voz automático, tus saludos y despedidas asépticos, tu mirada como de muñeco, hacia adentro. Parecía que estabas hablando con amigos de tus padres que te cruzas por la calle: un par de lugares comunes y un "ya nos veremos, recuerdos a todos". Luego me fui a casa y me di cuenta de que había quedado con nadie, para tener una conversación sobre nada. Correctísima educación. 

Aunque te vi, para mí no has regresado. Porque yo no te siento aquí. Yo sólo sé que un día te fuiste y ya no volviste, así de incorrectísimamente explico yo esta historia.

31 ene 2018

BarceloNina #65. Club de lectura

Estoy a punto de devolver las llaves, pero no quiero recoger tanto como para que se borre mi huella. 
Perchas, qué facil dar una alegría al próximo que ocupe esta buhardilla. 

Tengo nivel avanzado en construirme rutinas en nuevas situaciones. Pero cerrar es siempre un desafío que da pereza y las escalas -necesarias- se me dan fatal. Dame la siguiente carta. Dame lo que sea pero rapidito.


Dicen que cerrar va bien, para hacer evidente la transición de una cosa a otra. Pero me la sé de memoria, la mierda de transición. Dame otra historia nueva sin tener que pasar por el club de lectura.

19 feb 2017

BarceloNina #64. La mala letra

Regalo libros sin dedicar, aunque a mí me encanta dedicarlos. Evito la tinta y opto por la explicación oral (que se olvida demasiado rápido) para que unas líneas no sean el foco de rabia, cuando los libros descansen en estanterías ajenas. Así no levantaré sospechas infundadas y podré seguir quedando con ellos, mis amigos hombres y heterosexuales con novia/mujer/familia.

No es fácil ser la-amiga. Y no soy la única mujer que lo piensa.

Para la pareja de tu amigo heterosexual, siempre serás la entrometida que le quiere arrebatar su vida. A ella, me gustaría decirle en nombre de todas: "Gracias por pensar en nosotras y suponer que nos falta algo, pero tenemos la vida que queremos o la vida-que-nos-ha-tocado-por-haber-escogido-los-caminos-que-hemos-querido. Deja de tenernos lástima y pensar que queremos ser tú". Si su marido quisiera estar con la amiga, habría tomado decisiones diferentes que le habrían llevado más cerca suyo. ¡Que no concentren sus dudas en los demás! O quizás es justo eso, que la novia no está segura de que él haya decidido lo que de verdad quería.

La clave -me comentan- es que probablemente este tipo de persona sea la que sacrifica a sus amigos cuando la relación se pone seria (porque nunca supo tener una relación de amistad) y espera exactamente lo mismo de su pareja. O quizá precisamente el amigo decidió estar con ella por eso, porque se sentía seguro con una mujer que abandonaba las sospechosas amistades con hombres para centrarse en él. ¿Por qué se permiten este tipo de actitudes (en ambos y recíprocos sentidos)?. Quién sabe. En cualquier caso, estas actitudes cargadas de complejos encumbran a la amiga ¡a la categoría de "soltera de oro"!

Pero sobre todo debemos enfadarnos con ellos, los amigos.

Odio cuando nos dicen de quedar para comer (ya sabes, para no tener que dar demasiadas explicaciones), cuando no nos hablan de sus novias (haciendo del tema un tabú) y cuando nos utilizan. Me explico: a veces nos necesitan más de lo habitual y nosotras respondemos, estamos ahí para ellos. Hasta que de pronto ya no requieren nuestros servicios de amiga, en seco y sin explicación. Ya están mejor o simplemente se apoyan en otras personas, al sentirse culpables de tener tanto contacto con una amiga (porque eso huele, no me digas que no, no está bien visto). Ya vuelven a estar 100% centrados en la novia/mujer/familia, como si eso fuera lo bueno o la única opción correcta. Debe decepcionarnos que ellos no defiendan a la amiga y que no se agarren a esa amistad como para dejar de lado los tópicos.

A la amiga-del-chico-con-novia/mujer/familia se la maltrata. Y ella nunca dicen ni mu, ni se lo reprocha a su amigo porque no quiere perderle. Está ahí incondicionalmente y no pregunta a su amigo por sus intermitentes ausencias para no provocar momentos incómodos (¿incómodos para quién?) y para que no salga a relucir la evidencia: que el amigo tiene la relación de amistad por el mango y hace lo que le viene en gana, porque -obvio- es él el que tiene novia/mujer/familia que atender y eso siempre es lo que más pesa. ¡Supera eso, simple amiga!

¿Por qué seguir manteniendo estas relaciones de amistad? Pues porque cuando son "amigos" son una maravilla. El problema es cuando se ponen la etiqueta de amigo-con-novia/mujer/familia.

Pero no sería justo cargar al amigo con toda la culpa. Supongo que la sociedad Disney/Tronistas/Instagram en la que vivimos desea que haya una "mala" y poner un sombrero de bruja a las amigas. Sin embargo, está en la mano del amigo no caer en esa inercia y que la amiga entre bien en su entorno sin tener que andar pidiendo siempre perdón de antemano.

Así que el amigo haría bien en deshacerse de convencionalismos y abrir la puerta de su casa a la amiga, para que pueda ser bienvenida en el entorno donde reposarán todos los libros que le regale y, a la vez, que su novia/mujer/familia pueda poner cara a esa mala letra de la primera página de los libros que comparten. Aunque a veces parezca que él se empeñe en borrarla, esa mala letra forma parte de él. No, no debe ser tan mala.

19 oct 2016

BarceloNina #63. Sucumbir para contarlo

He tardado algo más que la media, pero he acabado sucumbiendo a todo lo que dije que no sucumbiría. A todo.

Primero fue Whatsapp. Tras el bombazo inicial decidí desinstalarlo de mi móvil porque no me gustaba. Pero, más tarde, con la excusa de que vivía fuera, me lo puse en mi número extranjero. Casi nadie lo tenía guardado en su agenda, así que era una manera de cercar el tema. Al cabo de una año de regresar a Barcelona, mi número extranjero lo dieron de baja. Me di cuenta en parte gracias a que conocidos míos me dijeron que no entendían por qué no contestaba a sus mensajes y -sobre todo- por qué estaba tan rara últimamente, que incluso me había puesto una foto de perfil de un indio grandullón con gafas de sol y un collage de flores detrás. La necesidad ya estaba creada: Tuve que activar Whatsapp en mi número español.

Dije que no entendía las personas que pasaban tanto tiempo estudiando. Siempre había pensado que si yo tuviera que contratar, contrataría a alguien con experiencia antes que con currículum académico. Basta de tanta tontería de titulitis. Bueno, pues resulta que la formación es importante. He sucumbido a un postgrado, pero con el orgullo de hacerlo un poco tarde, habiendo trabajado en distintos ámbitos como para poder decidir en cuál me quiero especializar, y no al terminar la carrera como quien se engancha a un salvavidas para no tener que nadar un poco.

En cuanto al yoga... Después de haber vivido tres años en la India y de no haber tenido casi contacto con él (a excepción de cuando me cruzaba con algún extranjero vestido con túnica, que me propinaba la correspondiente e impertinente mirada de desprecio del que está buscando su lugar en el mundo con la meditación mientras tú simplemente te dedicas a no vestir con túnica) resulta que me empieza a atraer el tema. Llevo una racha de libros de periodistas en el extranjero que hablan de prácticas relacionadas con la meditación y las respetan (y también se ríen de su traslación al mundo occidental con reclamos reduccionistas, de su marketing, de su comercialización, de las urbanitas americanas vestidas de yoga a cualquier hora del día, de sus líneas de ropa en marcas internacionales, de sus primeros yupis newage...). Efectivamente, también he sucumbido a una especie de yoga. Pero que conste que soy nefasta y miro con rabia a los avanzados, que no advierten mi envidia porque durante el contorsionismo cierran los ojos.

He sucumbido a todo esto.

***

"Si quieres cambiar el mundo, o sucumbes a la mayoría, al establishment y al calendario general, o luchas de una manera diferente", algo así dice Jessa Crispin, mi nueva antiheroína feminista-literaria-viajera-natural. Es una putada leer esto porque te das cuenta de que efectivamente has sucumbido y -lo que es peor- que te cuesta aceptarlo. Y entonces sigues leyendo: "Las ovejas negras son ovejas negras como reacción a algo, a su familia, a su entorno, a alguna experiencia pasada, a la sociedad... voluntariamente quieren ser los diferentes. En cambio, los diferentes, los changers [soy incapaz de atreverme a traducir esto], llevan algo dentro y lo sacan. Sorprenden a su familia, a sus amigos, a su entorno porque siguen una voluntad y una manera de hacer que llevan dentro, no como reacción a nada sino porque ellos son así".

Le doy vueltas al tema cuando tengo tiempo en blanco (en blanco de verdad, no en blanco escribiendo por WhastApp, ni estudiando el postgrado, ni de camino a la clase de yoga). 

***

Una amiga que está formándose en astrología (esa ciencia a la que se la considera pseudociencia porque aunque funciona no somos capaces de saber el porqué) se ofrece a leerme mi carta astral. "Tienes una gran capacidad de rebelión, de ir contracorriente e incluso de suponer un desafío, y de conseguir que te escuchen y liderar". 

Le cuento que no estoy segura de saber liderar nada, pero que en todo caso llevo el ser diferente con muy poco estilo. Cuando era pequeña me pusieron unos aparatos que salían de la boca y se colocaban con una cinta tras la cabeza. Los tenía que llevar unas ocho horas por la noche en casa, pero cuanto más los llevara, mejor. Eran muy aparatosos y vistosos. Pero si daban las 8 de la tarde, aunque me tocara clase de tenis (llena de niños ávidos de insultos), me los ponía. Parece que me importaba un pimiento lo que me dijeran. 

Si fuera una virtuosa del piano seguro se apresurarían a poner eso en mi biografía, en ese afán que tienen los biógrafos por relacionar anécdotas de la vida con rasgos de la personalidad, en ocasiones con una osadía pasmosa. Pero en mi caso no sirve para nada, mas que para abrazar la ridiculez. ¿Dónde está el fucking storytelling que lo inunda todo estos días? 

***

A la mayoría de la gente le gusta llegar al bar y que el camarero se acuerde de lo que suele pedir. "¿Café y mini?", dice desde detrás de la barra al verte llegar. A mí, el primer día que me pasa me hace gracia, pero el segundo me invade el agobio. Algo me dice que ya no controlo mi vida sino que ella me controla a mí. Entonces cambio de bar. 

Siempre he pensado que ese consejo que dan a las personas cuando hay riesgo de que atenten contra ellas -diciéndoles que no sigan siempre la misma ruta para ir al trabajo, ni vayan a los mismos sitios a las mismas horas etcétera- me lo tomo al pie de la letra. No porque haya riesgos externos. No porque sea carne de atentado, que yo sepa. Yo cambio la ruta y la rutina por mi propio peligro, para evitar atentar contra mí misma.

Aunque no siempre puedo elegir la ruta, a veces manda la ley de lo-que-quede-más-cerca. Según qué días y a qué horas, estoy tan cansada y me pesa tanto la mochila que de vuelta a casa miro a los que suben las escaleras del metro desde las escaleras mecánicas, pensando lo sanos que se les ve desde esa perspectiva, con ese cuerpo erguido de quien hace yoga (de quien hace yoga bien), con la energía de haber dormido lo justo y necesario  (ni más ni menos) y haber comido siempre orgánico. Esa gente me da malestar conmigo misma, pero no tengo fuerzas ni para la envidia. A duras penas puedo mantenerme en pie. En el vagón, me mira la anciana y bajo la mirada. Si me pide que le deje sentar le diré que estoy enferma, pienso. Algo de verdad hay.

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De pronto la página web me aparece como un Frankenstein, todos los elementos revueltos e incapaz de entender nada. El programador me dice que es un tema de caché, que tengo que borrarlo para que no recuerde el formato anterior o lo que haya pasado. Y joder, mi caché no hay manera de borrarlo, le digo. Le explico que sólo cuando navego de incógnito (engañando al ordenador y haciéndole creer que no soy yo), puedo ver las cosas como son, no con vicios y búsquedas del pasado. Añado la palabra web para asegurarle de que estamos hablando de la web, de nada más.

Ay que ver qué manía con la titulitis y las dobles licenciaturas: informática y psicología.

17 ago 2016

BarceloNina #62. Verano sin veraneo

Nadie se ha dado cuenta de que ya no hay amores de verano porque ya no hay veraneos. Estar en un apartamento 20 días seguidos se ha convertido en un lujo, mientras hoy la mayoría asocia las vacaciones con viajar cuanto más lejos mejor. Y pocos admiten que eso -viajar cuanto más lejos mejor- es cansado, no siempre te lo pasas bien y por descontado no descansas. Pero la gente quiere sumar experiencias, estampas de los controles de pasaportes, fotos con animales exóticos que una vez fueron -además- libres y, en suma, creerse aventurero para cuando escriban un libro, porque ya se sabe que no eres nadie si uno de tus capítulos no se llama "Nueva York" y si no inicias otro con aquello de "Cuando iba yo con la mochila a las espaldas por la selva de...". 

Además, el veraneo y el concepto 20-días-en-un-apartamento-normalito tienen ventajas como estar con los tuyos en un entorno conocido, lo cual propicia que puedas vivir a todas horas con la pájara de recién levantado de la siesta. En cambio, en el destino exótico que han escogido la mayoría, tienen que poner todos sus sentidos casi todo el rato. Además, a menudo viajan con amigos, lo cual no siempre es una gran idea porque por culpa de la fiebre de la customización y la personalización de absolutamente todo, nos hemos vuelto muy nuestros. La gente se está volviendo tan egoísta que no es capaz de deshacerse de sus manías cuando viaja en grupo: resulta que es imposible sentarse con ellos para comer porque como juntemos todos los requisitos, sólo nos queda compartir unos trozos de apio; que a otro el sol no le sienta bien; que el otro es muy de mañanas pero no perdona las siestas, porque si no luego no es persona; que el otro tiene un tema en el tobillo que sólo le deja caminar en subidas y que tiene que encontrar acceso a wifi para pasar el parte médico a su cuñado que es fisio; mientras el otro tiene un presupuesto diario de X inamovible que condiciona al resto. Y aún así, la gente sigue embarcándose y poniendo hashtags de bonvivants y exloradores a su mierda de verano. Y, lo peor de todo, es que siguen generando envidias en las redes sociales.  

Frente a esto, ¡cómo se revalorizan las personas normales y que te lo ponen fácil, no difícil! Aquellas que de cada aspecto de la vida no tienen una manera concreta de hacer, sino que son realmente abiertas y pueden soportar más de una opción de vez en cuando. Nos estamos volviendo muy especialitos, todos.

En los últimos años, se ha extendido el miedo de enfrentar los veranos sin tarjetas de embarque. Nadie quiere ser el que va a lavar el coche mientras sus amigos mochileros hacen un retiro budista en una cordillera asiática y que, en vez de dejarse envolver por el humo del incienso del templo, se aferra al calmante del limpiacristales. Mientras otros compran mosquiteras en el Decathlon, sacan los mapas, planifican rutas y negocian precios, el veraneante se encarga de plantar la sombrilla, jugar al ping-pong al caer el sol o regar las plantas con la manguera. Pero claro, parece que tiene mucha más entidad hacer los deberes de verano mucho más lejos. Allá bien lejos, allá donde no hay veraneo.

3 jul 2016

BarceloNina #61. Notas de junio

Un adolescente pregunta a su novia, con tono tranquilo: "¿De qué has hablado hoy con el psico?". Y ella empieza a contarle todo con asombroso temple y dulzura, sin soltarle la mano. La madurez puede asustar.

De ponto aflora un recuerdo que tu cabeza había descartado en el tráiler que suele guardar de cada experiencia. Entonces reconoces el valor de los recuerdos no digitales, de cuando de pronto surge aquel "te acuerdas...?" del que no tienes nada: ni una foto, ni una cinta de vídeo, ni una publicación en redes sociales.

Cuando el lujo es no viajar, estar 20 días aburrido en un apartamento de verano, sin aviones, ni mapas, ni guías de viaje, sin hacer nada en concreto. Cuando el retroceso es el avance es que dimos un paso adelante equivocado, como echar a nuestro plato un poco de sal y al poco darnos cuenta de que nos hemos pasado. A menudo es imposible desalarlo.

"El proceso de venta de cualquier cosa tiene un momentum que dura un tiempo determinado desde que el cliente se enamora de tu producto hasta que lo compra. ¿Cómo vas a vender nada si tienes alcornoques al teléfono?". Quien habla es una cuarentona con catalán charnego y piel excesivamente bronceada, que guía una joven emprendedora soltando verdades como puños que parecen sacadas de escenarios de conferencias de autoayuda. Habla a gritos y con condescendencia de la nueva estrategia de ventas de un periódico local, en un Starbucks sucio y hasta desfasado, entre la moda imperante de locales artesanales, pero en el que los camareros siguen teniendo como norma preguntarte qué tal va el día con una sonrisa muy casual.

Una señora limpia una casa ficticia en la que nadie vive, en el escaparate de una tienda de muebles. Lo hace ajena a todo lo que ocurre tras el cristal, en la calle, como si realmente estuviera en el hogar de alguien con la radio puesta y hablando por el manos libres del móvil con su prima. Quita el polvo a los marcos de fotos. En uno de ellos hay una foto de un niño y una madre en la playa, y el tono de la imagen es horrible, como de anuncio de detergente. 

Magnificentes conferencias, debates y charlas, en los que los patrocinadores regalan libretas de notas y sirven agua mineral en botellas de cristal: una para cada asistente. Es el escenario de numerosos actos convocados como si fueran a cambiar algo. Son marcos grandilocuentes para ideas pequeñas y personas rancias, en una Europa que se muere pero que sigue actuando como si no pasara nada. Y me imagino este escenario dentro de 10 años, decadente y lleno de lo que un día fue modernidad y clase, con micrófonos sucesivamente reparados, mesas de madera rayadas bajo grandes cúpulas y moquetas levantadas y sucias que llevan a un escenario imposible de llenar. 

Locales que gozan siendo confundidos con guiris festivaleros, y turistas que quieren ir de locales, escondiendo los mapas y evitando pedir la clave de la wifi en las cafeterías, aunque se mueran de ganas.

Un abuelo, hundido en el asiento del copiloto de un moderno coche biplaza, deja muerta la cabeza en el reposa-cabezas. Da la sensación de que su hija, que conduce, va a ponerle el chupete en cualquier momento a este extraño bebé que se siente tan ajeno a este mundo como debería sentirse cualquiera que llega a la vida. 

Una señora se para ante un anuncio de un plan de jubilaciones en las oficinas de un banco. En frente hay una tienda de "urban walking", con todo lo necesario para hacer lo que ya venías haciendo. No muy lejos de ahí, un amigo explica a otro que vivimos en una sociedad en que hay personas que pagan por abrazos. Justo en ese mismo momento, se debate sobre el realismo sucio y la nueva sinceridad americana, como mejor elección de lectura para un verano sinsentido, que no se sabe muy bien cuándo empezó y cuándo acabará.

10 feb 2016

BarceloNina #60. Antiexploradores


Odio las conversaciones que se escuchan dentro de un avión de una compañía de bajo coste. Y, en general, odio a la mayoría de los bloggers de viajes y a la filosofía que representan. En las redes sociales cuelgan frases como "viajar nos hace más ricos" y otros aforismos que hacen creer que la gente que viaja es especial. Alguien se ha olvidado de decirles que no vivimos en el siglo XIX, que trasladarse a otro país no es ninguna aventura ni ninguna proeza y que son víctimas del hueco existencial del agnosticismo que ha ocupado el materialismo y la búsqueda del camino personal por las rutas del rayanairismo. Hay cosas útiles que comparten en sus webs, no digo que no, pero no por eso dejan de ser el Mercadona del turismo: eficaces pero sin alma. Son comerciales y mainstream hasta el extremo y se venden a quien sea que les pague: hoteles, tour-operadores, ferias de turismo, premios, aerolíneas, oficinas de turismo de países... Se pasan el día colgando fotos (más es mejor, y hay que sacar partido al móvil de 800 euros), con miles de hashtags para que hacerse la pelota unos a otros sea más ágil y colaborar así a engrandecer una burbuja que ya es inmensa. Os sorprendería la cantidad de gente que está viajando por el mundo haciendo esto. Buscad, buscad: #travelgram #instatravel #alavionismo #wanderlust. Son superaventureros que les gusta integrarse de verdad en la sociedad que visitan, por eso se dejan untar con cenas gratis y cócteles en países donde solo los toman los guiris (pensadlo, son el Paellador del trópico). A la mierda la sostenibilidad y el consumo de kilómetro cero. Llevan mochila y eso ya queda de comprometido.

Hay buenos blogueros, no digo que no. ¡Ojala hubiera más! Pero muchos no se caracterizan por su capacidad narrativa (ni escrita ni audiovisual), ni por los conocimientos que comparten. Muchos son personas algo perdidas profesionalmente (oye, nada en contra de estar perdido) sin nada que perder y que han pensado en financiar su vuelta al mundo con esta profesión en alza. Creo que es un claro caso de intrusismo, que empezó con la redacción de "Mis vacaciones" que el profesor de castellano nos mandaba en EGB, pero que no siempre consiguió evolucionar.  Han querido ocupar el puesto (con otros soportes y otros ritmos) de los contadores de historias, de los antropólogos, de los auténticos exploradores, periodistas... Lo que me molesta no es que trabajen viajando y cobren (ni que no siempre sean profesionales responsables). Lo que me molesta es que encima nos vendan su trabajo como algo bonito y necesario para la humanidad, como una entrega personal y una decisión de vida para promover el conocimiento de otras culturas, cuando en realidad no son ninguna empresa con fines sociales sino que son sólo una empresa.

Ellos, los antiguos exploradores, contaban sus viajes de una forma bella y profundizaban en lo que veían y aprendían. Ahora, con más información que nunca, los bloggers se quedan en la primera foto: en los colores, las sonrisas de los habitantes locales, la hamaca en la playa virgen a la que todo el mundo va... ¡Que nos cuenten algo que no sepamos! Publican sobre temas concretos y utilizan palabras determinadas para lograr que mejore su posicionamiento en Google. Escriben para que el que busca en internet "Rutas Indonesia" haga clic sobre su perfil. Me parece que mayoritaria y lamentablemente su trabajo no contribuye a transmitir conocimientos de calidad, y acaban siendo diletantes de lo que sea que hagan. En cambio, invitan al consumismo: más sitios que ver, más fotos que hacer, más chinchetas que pinchar en el mapa y así poder fardar de que has estado en no sé cuántos países. ¡Ellos pusieron de moda el turismo de palo-selfie! Pero cuidado porque tienen el respeto de la masa corroborado con sus likes y respaldado por empresas que ponen mucha pasta. Los seguidores se los regalan casi por vicio (¿quién no va a darle al corazón al ver una foto de un koala?) y les dejan bien arriba en el ranking de los que se venden para poder financiarse un viaje, sin valorar lo útil (o inútil) que es el contenido, ya sea en el sentido artístico, cultural o intelectual.

Vivimos en un mundo en que si no has visitado todos los sitios, eres un fracasado. ¿Hay alguien que diga por ahí que no les gusta viajar? No, nadie lo hace. Porque no viajar parece de cateto. Me disculparán los numerosos empleados y empresarios directa o indirectamente relacionados con el sector turístico, pero a mí me parece que el nuevo catetismo es viajar sin medida y sin profundidad.

17 ene 2016

BarceloNina #59. Los fantasmas de la transición

Barcelona es muy bonita pero no cuando estás de paso, en épocas de transición profesional y personal. Las transiciones son una putada. La gente te pregunta cosas normales, como por ejemplo con qué estás ahora profesionalmente, cómo estás después de la ruptura con tu ex y cuánto tiempo te vas a quedar en la ciudad. Y te quedas con cara de "por favor, si me quieres, háblame del tiempo y vamos a bailar".

Para mí, las últimas temporadas en Barcelona han sido a la espera de un proyecto que me sacara de la ciudad, porque los proyectos que me gustaban estaban fuera de la ciudad. Los profesionales y/o los personales.

En estos periodos de transición, cada día mil preguntas merodean en tu cabeza y mil posibles respuestas te despiertan por la noche. Pero a las pocas horas se desvanecen y te paralizas: no te parecen tan buenas ideas. Ni si quiera crees en las posibilidades de que se hagan realidad. Pero, sobre todo, no confías en que en una época de transición seas capaz de decidir algo y hacerlo plenamente. Desde dónde vivir, a de qué trabajar, con quién ver películas los sábados por la noche y si quieres coger un avión al año para volver a tu ciudad o si por el contrario quieres cogerlo una vez al año en el mes de agosto para salir de ella.

En época de transición lo pruebas todo: trabajos que no te pegan, hombres que no te pegan, pensamientos que no te pegan, programas de televisión que no te pegan, dietas que no te pegan. Y no paras de descartar y de acogerte a cosas que no te pegan, prácticamente a partes iguales.

Entonces, si estando en transición no va a salir nada en claro, ¿cómo saber cuándo se acaba?, ¿y cómo conseguir que se acabe?.

Supongo que sabes que la estás dejando atrás cuando te despiertas en la noche con la persona equivocada y coges y te vas, cuando tienes una digestión pesada y reconoces el error de los mejillones en su salsa, cuando decides dejar esas clases de yoga que odias pero para las que te dejaste convencer, cuando no te mueves de casa en fin de año y a la semana siguiente sales hasta el amanecer, cuando tienes fuerza para decirle a la señora que habla gritando en el autobús que baje la voz y recibes las caras de aprobación de otros pasajeros, cuando vuelves a leer durante horas sin pensar en la transición y, sobre todo, cuando consigues fuerzas para no ceder a los caprichos impuestos por esta a veces estúpida ciudad.

1 nov 2015

BarceloNina #58. El hombre de la playa

Dice el hombre de la playa que para que no impresione demasiado el agua fría de otoño tienes que meterte de golpe y luego se está bien, luego vale la pena, porque hoy hace sol y da gusto dejar que el aire te seque.

Dice el hombre de la playa, que lleva un bañador pequeño por llevar algo, que hay un niño gateando por la arena que es muy habilidoso, es que es muy rápido y que va a acabar en el agua, y se ríe mientras avisa al padre.

Dice el hombre de la playa, de unos setenta años y en plena forma, que mejor reír que llorar, que ya habrá un tiempo para llorar, aunque también se puede llorar de alegría, supongo que ya lo sabes.

Dice el hombre de la playa que desde luego hay que disfrutar de la vida y que no entiende por qué cuando sale el sol la mayoría de los que se acercan a la playa son extranjeros, eso es que no sabemos lo que tenemos, que no nos acordamos.

Dice el hombre de la playa que ojo porque hay alguien que hoy ha visto una medusa, y lo dice alzando la voz para que le oiga la señora que va a meterse ahora en el agua, con la que antes ya ha hablado y parece que se conocen de otros días, son habituales, y se entienden aunque ella sea italiana.

Dice el hombre de la playa, sin que nadie le haya preguntado nada, que tendríamos que dedicarnos a trabajar en productos artesanales que combinen con la tecnología actual, porque una sin la otra no tienen sentido para nosotros, lo artesanal tiene algo, algo... y parece que huele el aire para entender lo que tiene.

Dice el hombre de la playa que este chaval que va a meterse en el agua con traje de neopreno siempre deja sus chancletas al lado de sus cosas, ¿ves?, para que no se las roben mientras está nadando, y él encantado porque no cuesta nada ayudarse, es que mira que es fácil.

Dice el hombre de la playa que ya empieza a haber demasiada gente en la playa para sus discursos y para hablar de estas cosas, así que se va porque se nota que es sábado por la mañana y hace sol, y eso en otoño no se deja escapar, no señor.

8 sept 2015

BarceloNina #57. Italia, el mar y la foto

El verano que fui por primera vez a Italia, fui a Sicilia. No es que algún otoño, invierno o primavera hubiera estado en Italia, no. Quiero decir que era la primera vez que iba y era verano.

Ese verano fue el de 2015, el mismo en que cientos de miles de personas intentaron huir de conflictos en sus países y cruzar a Europa, no porque querían llegar a Europa, sino porque no tenían más remedio que huir de su país.

Yo estaba preocupada por mi devenir y cómo resultarían los meses siguientes, en medio de una incertidumbre profesional y personal. No voy a mentir y decir que me quedé sin verano consternada por la crisis migratoria, no. Como la mayoría, era consciente del problema pero no me paralizó. Yo estaba con mi familia pasando unos días de vacaciones y a la espera de lo que me deparara el futuro. Aunque mi carácter es más bien inquieto, pude relajarme pensando todo lo que dice la gente cuando te quiere relajar, como "lo que tenga que ser será", "hay cosas que no están en nuestra mano" o "ahora ya no depende de ti". Y por primera vez en mucho tiempo (o simplemente debería decir "por primera vez", aunque eso suene tajante) me lo creí y me dejé mecer unos días por el Mediterráneo.

Estar en el Mediterráneo o en el Pirineo nos hacía igual de responsables, no vayamos a juzgarnos unos más que a los otros por elegir un sitio de descanso 400 kilómetros más arriba o 400 kilómetros más abajo. Pero admito que la paradoja era enorme en mi caso porque, además, esa semana del verano de 2015 no me quedé en la isla de Sicilia concretamente, sino que fui a las islas Egadas (en el oeste siciliano) y vivimos y nos movimos en un velero. Exacto: nosotros navegábamos por placer embadurnándonos de protección solar y comiendo fruta fresca mientras otros, no lejos de ahí, morían ahogados huyendo de la pobreza y de la guerra.

Cuando ya esa semana me quedaba lejos, apareció una foto: la foto. El niño muerto en la arena. ¿Cuántos de nosotros hemos pisado la arena este verano? Nos hemos sentado sin que nos importara que se nos metiera entre el bañador y el cuerpo, dejando que nos arrastraran un poco la espuma de las olas y pareciéramos niños rebozándonos, divertidos, porque en verano nos permitimos estos juegos.
No estoy de acuerdo con lo que dijo Arturo Pérez-Reverte, de que nos molesta mirar este tipo de fotos. ¡Qué va! Vemos más fotos de este tipo que nunca. Y las comentamos: en la panadería, en el quiosco, tomando unas cañas con los amigos y, sobre todo, compartiendo artículos muy sufridos en las redes sociales. Pero todo eso es fugaz y banal, es una falsa preocupación. Soy más del polémico Carlos Boyero: curioso que nos impacte más un niño fallecido que la noticia del asesinato de cientos o miles de personas.

Las dudas sobre mi futuro se han ido disipando, o he asumido que los cambios están a la vuelta de la esquina y, mientras, es mucho mejor la calma. Pero reconozco que sigo sin saber en qué rumbo posicionarme respecto a la crisis migratoria: qué pensar, qué hacer. Creo que muchos estamos preocupados pero nos quedamos ahí, no hay una continuidad porque no sabemos cuál es nuestro papel.

Durante la semana de vacaciones que pasé en mar italiano, cuando el barco escoraba mucho y debíamos hacer contrapeso, sentía adrenalina tirando a miedo. Yo navegaba de vacaciones y creo que nunca lograré de verdad entender lo que es hacerlo por supervivencia, ponerme en su lugar, reducir mis pensamientos a un aforismo con enganche y sentido. Creo que no conseguiré dar con una una acción por mi parte que a la vez sea realista, plausible y útil. Sólo sé que, en este mar de dudas, no pude soportar escuchar la charla del colmado en la que se comentaba lo "horrible" que está el mundo y aquello de "pobre niño; se me parte el corazón"; salí impasible e hice una donación a Acnur por internet, aún sabiendo que el mar de dudas continuaría. Pero mejor así y que haya contradicciones, a que no haya absolutamente nada.

16 jun 2015

BarceloNina #56. I que a ningú no el sobti

Estic dubtant constantment. Quan faig el cafè, quan em dutxo, quan em llevo al matí, quan nedo a la piscina. Dubto quan vaig cap a la feina i quan pujo al metro. Ningú no s’ho pensa, que estic dubtant. Em diuen “bon dia” i contesto com un autòmat perquè si ho faig amb el cap, no podria. “Com va tot?”, em pregunten. “Bé, tot bé”, responc. Però no sé com estic, i m’aturo a pensar en això, justament; en què no ho sé. La inèrcia fa que aparentment tot segueixi igual, a ulls dels altres. “Bon dia”, “gràcies”, “t’estimo”, “hola”, “merda”... són coses que dic al llarg de tot el dia, sovint. Fàcils, no?. Podria simplement dir-les i fer veure que la terra no tremola i que el meu estòmac no m'envia senyals, perquè ell se n'adona de tot abans que el cap. Però fins i tot quan deixo anar aquestes expressions rutinàries, se m’escapen amb un fil de veu, no les acabo, les estripo i cada cop les dic una mica més fluixet, amb mica menys de llum. Ho sento, no puc fingir. No subscric res del què faig, us aviso. Absolutament res. Tot i que ho estic fent jo, en sóc conscient. Només vull un parell de mesos, potser tres, i que ningú no esperi res de mi, ni tan sols jo. Sobre tot jo. No sé res, no he decidit res, i no vull intervenir en res. Però la gent no ho admet, això. Sobre tot jo. Se suposa que un ha de tenir una opinió de tot. Una resposta per a cada cosa. I per això quan no sabem sentim neguit, perquè ningú està preparat perquè a un “què tal” ens contestin “no ho sé, m’ho estic pensant". He deixat de fer moltes coses plenament per fer aquesta que estic fent i que no sé ni posar-li nom, amb la mala consciència de pensar que no estic fent res. Però és que en realitat estic fent una cosa gran, i porta molt temps pensar tantes respostes i encara més una en definitiva: “cap a on vols anar?”. No, no puc fer altra cosa mentre em dedico a això. O és que hi ha res més important? O és que no depenen totes les altres respostes i accions diàries d’aquesta resposta?. Quants més dubtes tinc, sé que arribaré a un lloc més clar. La gent no es fa tantes preguntes, penso. Si no, no sé com s’ho farien per compatibilitzar-les amb la seva vida normal. Quan em pregunten alguna cosa, m’agradaria respondre en tercera persona ("deixa-la, s’està replantejant tot") i que a ningú no el sobtés. Un parèntesi per ser omniscient i que la veu del narrador, a cop de capítols i d'argument, trobi una resposta que pugui recolzar al 100%, el resum de la contraportada del llibre que la gent espera que li diguis quan et pregunten per tu. Sí, uns mesos omniscients sense prestació però també sense factures. Uns mesos en negre.